Comentario
Capítulo LXVIII
De cómo Pizarro caminó la vuelta del Cuzco, mandando en el valle de Xaquixahuana quemar al capitán general de Atabalipa, Chalacuchima; y de otras cosas notables que pasaron
Conté en lo de atrás cómo Pizarro llegó con su gente a juntarse con Almagro y con Soto en la sierra de Vilcaconga, de donde con todos ellos partió luego otro día con gran deseo de entrar con brevedad en la ciudad del Cuzco donde creyó hallar grandes tesoros por haber sido cabeza del imperio de los incas y adonde estaban sus bultos y grandezas. Traía preso y con recaudo a Chalacuchima, famoso capitán entre los indios y que venía de gran linaje; del cual dicen, si no se lo levantan, que cuando vio que Pizarro había dividido su campo antes que se juntase con Soto, que se holgó creyendo que los indios podrían matar a los unos y a los otros, y que envió secretamente un mensajero al capitán Quizquiz animándole que se mostrase valiente en procurar la muerte de los cristianos sus enemigos (a quienes llamaba "viracocha", como hoy día los nombran), juntándose con los otros capitanes del Cuzco que les guerreaban; y que el Quizquiz, con el mayor poder que pudo, vino a tiempo que los españoles habían desbaratado a los otros y ellos abajaban de la sierra de Vilcaconga, y que tuvo aviso Pizarro de esto en que andaba Chalacuchima; de que se airó mucho contra él que tenía preso porque procuraba su libertad con el favor de sus parientes y naturales. Mandó luego que lo mirasen con más cuidado y abajaron algunos caballos contra la gente que traía el Quizquiz porque no se juntase con los otros capitanes que primero desbarataron. No pudieron porque los hombres de acá son ligeros y el capitán Yncorabayo los animó que con presteza se juntasen con él, Pasando adelante, Pizarro llegó al valle de Xaquixaguana, donde tornó a ser informado por algún indio, que estaría borracho, que Chalacuchima hacía aquella junta para matarlos a ellos y librarlo a él de la prisión en que lo tenían. Entendidas estas cosas, por Pizarro, estando en el valle de Xaquixaguana, mandó quemar a este capitán Chalacuchima sin querer oír justificaciones y defensas, tan desastradamente y con muerte tan temerosa; y para ellos más, porque tienen opinión que los cuerpos que fenecían quemados era lo mismo que las ánimas. Fue Chalacuchima de gran reputación para entre los indios, y que Atabalipa no hizo ningún gran hecho sin él, y él sin Atabalipa muchos; y fue opinión entre los mismos indios que si se hallara en Caxamalca cuando los españoles entraron en ella no tan fácilmente salieran con su empresa.
Halláronse en este valle de Xaquixaguana suntuosos aposentos y muchos depósitos; no los habían arruinado los indios porque no tuvieron lugar para ello cuando se vieron desbaratados por los españoles; no pudieron abajar por el camino que salía a ellos aunque de los tesoros habían llevado gran cantidad en plata y oro, mas todavía se halló gran suma de estos metales, y muchas cargas de la tan fina ropa de lana que por los de acá fue tan apreciada, y tomaron más de doscientas señoras, de las que guardaban religión, la más de ellas doncellas y muy hermosas y gentilmente aderezadas, a su modo. Con este despojo mandó Pizarro quedar con guarda algunos españoles y con los capitanes y demás gente marchó acercándose al Cuzco. Estaba este valle en aquel tiempo tan poblado y sembrado que era, contemplando su belleza, para dar gracias al altísimo Dios nuestro y las sementeras por tan gentil arte que son de ver por su extrañeza. Ya tengo escrito sobre ello en mi primera parte.
En esto los capitanes de los indios, viendo que no habían podido desbaratar los españoles, y que, sin ninguna resistencia, se iban a entrar en el Cuzco para señorear la ciudad tan famosa; donde por ellos habían pasado muchos placeres y deleites, y los incas la habían ilustrado con tan solemnes edificios y riqueza no vista ni oída, y que con sus manos lavadas se fuesen a lo tomar para sí sus enemigos sin tener para ello justicia ni haber causa ni buena razón; sintiendo estas cosas y ponderándolas, habiendo hecho sus sacrificios y nuevos votos a sus dioses, determinadamente acordaron de los aguardar en un lugar estrecho de aquel valle pegado a la sierra más oriental para matarles a todos; o quedar ellos en el campo en señal de que murieron por defender sus patrias de tal gente. Tuvieron aviso los cristianos de estas cosas de los huidizos. Determinóse que Almagro, Hernando de Soto, Juan Pizarro con todos los más de los caballos que hubiese se adelantasen para desbaratarlos, y que Pizarro con el resto de la gente los fuese siguiendo. Haciéndolo así, marcharon hasta emparejar con los indios, con los cuales escaramuzaron, matando con las lanzas algunos de ellos.
Había salido del Cuzco Mango Inga Yupangue, hijo de Guaynacapa, a quien de derecho, dicen algunos pertenecer el señorío de su padre; y sacado consigo algunos orejones para juntarse con los otros sus parientes. Mas como vio cuál mal les había ido, conoció que los españoles habían de quedar con el mando en todo el reino, pareciéndole sano consejo confederarse con ellos. Se fue a Pizarro acompañado de uno de sus caballeros; Pizarro, como lo conoció, se holgó. Tratólo bien, y así mandó que lo honrasen como a hijo de tan poderoso rey como fue Guaynacapa. Los capitanes y parientes suyos como lo supieron, les pesó notablemente, y con gran desesperación que tomaron, determinaron, pues no podían prevalecer contra los españoles, de ir a la ciudad a poner fuego en los edificios y casas reales de ella y llevar los grandes tesoros porque los que tenían por tan grandes enemigos no los hubiesen. Pusiéronlo luego por obra y de ellos mismos pareció delante de Pizarro uno que tenía gentil cuerpo y le avisó de la hazaña que iban a hacer los indios; lo cual, como por él fue entendido, tomando su consejo con los capitanes y más principales, se determinó que Juan Pizarro y Hernando de Soto con la mayor parte de los caballos fuesen a paso largo para, entrando en el Cuzco, resistir a los indios que no ruinasen la ciudad como lo llevaban pensado, y aunque se dieron prisa andar, habían primero entrado los indios y robado mucho tesoro, saqueando el templo, llevándose las doncellas sagradas que en él habían quedado y pusieron fuego en alguna parte. Y a tardar los españoles, aunque fuera poco, fuera grande y muy notable el destruimiento que hicieran en el Cuzco; mas como supieron que les venían a las espaldas salieron de la ciudad llevando toda la gente joven que había de hombres y mujeres: que pocos quedaron que no fuesen viejos y cansados, inútiles para la guerra. Pues como Hernando de Soto y Juan Pizarro entraron en la ciudad remediaron lo que pudieron, de arte que el incendio cesó y no tardó mucho cuando Pizarro con la demás gente llegó a la misma ciudad.